Mi amiga Carolina sabiamente dice que en el alma de un niño, y de un «no tan niño», un hogar puede llegar a ser casi cualquier espacio que dibujamos. Como por ejemplo el recuadro que delimitamos en el suelo cuando empleamos una blanca tiza o un oscuro tizón.
Desde siempre creamos «hogares» en los lugares donde nos encontramos y los impregnamos de nuestros colores, aromas, sentimientos y recuerdos. Aunque seamos viajeros empedernidos, llevamos como caracoles, nuestra «casa a cuesta» con una selección de objetos simbólicos que nos sirven de «rosa de los vientos».
«Mi casa bonita», es un recuerdo de hogar. Un diminuto espacio refugiado en el centro mismo de una gran capital, que por desgracia solo visité en contadas ocasiones y que llevo hace muchos años en mi corazón.

En mi casa bonita hay una verja pequeña por la que entramos a un diminuto patio repleto de flores, macetas y gallinas. Hay también una larga y peligrosa escalera por la que accedemos a un hogar sencillo con olor a «cazuela y/o puchero», que tiene un hermoso sofá de flores donde descansa una graciosa anciana de pelo blanco y sonrisa eterna, mientras entra la luz del mediodía por una gran ventana.
Ruka de Colores by Vero Tapia ©
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